DE LOS INFIERNOS A LOS CIELOS - LUNES DE PASCUA – 13-4-2020


DE LOS INFIERNOS A LOS CIELOS
Mt. 28,8-15
LUNES DE PASCUA – 13-4-2020


¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

Así es, ¡CRISTO RESUCITÓ¡ y con él la muerte ya no es eterna. ¡No tengan miedo!, es el mensaje que le da a las mujeres que salían del sepulcro asustadas y llenas de alegría al saber la buena nueva, al estar conscientes que su maestro había resucitado. Cuantas veces sentimos un miedo que nos devora por dentro, que nos quita el aliento, arrebatándonos así la esperanza; en ese momento, cuanto más hundidos estamos en nuestra miseria, el Señor una vez más nos grita desde nuestro corazón: ¡que se vaya el miedo!, y retomamos la misma alegría de los discípulos al sentirle y verle resucitado.
Hoy quisiera detenerme un momento sobre una verdad de fe afirmada y asentida por nosotros cada vez que recitamos el credo:

“…padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, Todopoderoso…”

¿A dónde fue Cristo aquél Viernes y Sábado Santo, después de su muerte, antes que se manifestará resucitado y en cuerpo glorioso a sus discípulos?, Este intervalo es llamado por grandes teólogos como EL SILENCIO DE DIOS, de allí que la Iglesia desnude el altar, apague las luces, evite tocar las campanas durante esa espera. Sin embargo nuestra profesión de fe proclama que Cristo después de padecer ante Pilato, luego de ser crucificado, muerto y sepultado descendió a los infiernos antes del tercer día.

No pretendo en este momento exponer brevemente el significado de infierno desde la rama teológica de la “escatología” (ciencia que estudia el último destino de los hombres y su vida después de la muerte); tal vez para otra oportunidad, dedique más tiempo a compartir con ustedes una reflexión interesante sobre ello. Ahora expreso el significado de esa bajada de Dios hacia lo más lejano de la presencia divina, hacia aquél lugar tan temido por las culturas y por la fe humana.

El catecismo de la Iglesia Católica recuerda que la Sagrada Escritura llama infierno, a la morada de los muertos donde antes de Cristo iban aquellos que estaban privados de la visión de Dios y aquellos que esperaban la apertura de las puertas del cielo con la venida del Mesías (Cf. #633). Así pues, según este documento eclesial, nuestro Salvador baja a la profundidad de la muerte, al lugar donde habitan los muertos, para que también ellos oyeran la voz de Dios y oyéndola, vivieran (Cf. #635/ Jn 5,25), demostrándonos así que había derrotado definitivamente la muerte.

Jesús entonces, experimenta la muerte al descender a los infiernos, al lugar de los muertos. Fue tan humano que hasta la muerte sintió. Y la muerte representa también el mayor silencio que pueda tener un ser humano en la faz de la tierra. Es por ello que teólogo Ratzinger (luego Benedicto XVI), en su libro Introducción al Cristianismo, considera que esa bajada de Dios es el descenso al silencio, al oscuro silencio de la ausencia, puesto que, Dios no sería sólo la palabra comprensible; es también el motivo silencioso, inaccesible, incomprendido e incomprensible que se nos escapa. Únicamente si experimentásemos a Dios como silencio, agrega el teólogo, podemos esperar escuchar un día su palabra que surge de ese silencio.[1]

¿De qué silencio estamos hablando al tocar la muerte?, en el silencio de la incomprensibilidad, filosóficamente hablando de aquél que también surge del “no ser”. El mundo antes de Dios era no-ser, pues sólo existía el ser absoluto (Dios). Únicamente se hizo comprensible al comenzar a “ser”, y esto ocurrió porque desde el silencio divino, el Creador forjó lo más bello y armónico del universo entero. No obstante, no debemos esperar a la muerte para experimentar por poco (pues la Gloria eterna nos espera) o por mucho (dependiendo del juicio final) el silencio de la ausencia de Dios. ¡En nuestra misma vida muchas veces experimentamos ese infierno, y el mismo Dios desciende a nosotros una vez más!

Una vida sin Dios es literalmente un infierno. Si Dios está ausente reinará un silencio atormentador. La profundidad de nuestra miseria, fruto de nuestro pecado y de las injusticias humanas, sociales, políticas, nos hacen muchas veces permanecer en un lugar oscuro, sintiendo la ausencia del Maestro. Sólo cuando veamos a nuestro Dios descender hacia nuestro silencio, saldremos del Viernes Santo y sentiremos nuestro Domingo de Gloria. Jesús se ha detenido en el límite de nuestra existencia, para llevarnos al cielo, es decir, para hacernos las personas más felices del mundo.

Imitemos a Cristo, y ¡descendamos a la más profunda miseria de nuestros hermanos!, ¡al infierno de nuestros más cercanos!, a la ¡Periferia existencial de una humanidad que clama por justicia, como diría el Santo Padre Francisco!

Digamos al Señor:

Quiero experimentar tu silencio pascual, para que así pueda comprender lo incomprensible, sufrir con gozo, ayudar con parresia. Amén.

P. Ricardo J. Vielma M.



[1] Cf. RATZINGER, Joseph. Introducción al Cristianismo,118-120.

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