DE LO TERRENAL A LO CELESTE - MARTES II de Pascua– 21-4-2020


DE LO TERRENAL A LO CELESTE
Jn. 3,7 b-15
MARTES II de Pascua– 21-4-2020



P. Ricardo J. Vielma M.

Y Nicodemo sigue sin entender (a pesar de ser “maestro de la ley judía), muestra confusión más no desinterés, no obstante, Jesús sale adelante, tal vez sin mucha claridad, pero sí con analogías e indirectas que tratan de introducirnos, junto a aquél hombre, en el Misterio.

La invitación del “nacer de nuevo” por parte de Cristo, en el contexto que vive Nicodemo, implica “un salir de la vieja religión de Israel” y a la vez un “nacer de arriba”, del lugar de donde viene Jesús; en pocas palabras, nacer del Espíritu, ¡nacer del mismo Dios! Y el Mesías es el único que puede hablar con fundamento y autoridad, pues viene de allí, ha descendido de esa esfera celestial y retornará al ascender, por tanto habla porque sabe, da testimonio porque lo ha visto.

Pese a la seguridad de Nicodemo por sus oficios judíos, demuestra estar anclado a las cosas terrenales. Lo que le propone definitivamente Cristo en estos capítulos, es realmente un itinerario espiritual para ir a Dios, ser de Dios y dar testimonio de Dios, veamos:

1)     La condición necesaria para despegar de nuestras “viejas costumbres” “viejos vicios” “viejas leyes” es nacer de nuevo; resumidamente, salir de nuestros propios caprichos hacia una renovación total de nuestra existencia. De lo contrario estamos destinados a morir con nuestros propios defectos, amargarnos y amargar a los demás. Fuimos creados para ser llamados a una nueva existencia cada día. Nuestro ser finito es atraído por Dios, un ser infinito y esa atracción no tiene límites. No hay felicidad terrena que nos pueda saciar, pues no se compara a la felicidad que existe en lo celestial.

2)     ¿Cómo nacer de nuevo?, he allí la gran pregunta. No basta con buena voluntad (muy buena y todo, más sigue siendo al fin humana). ¡Se necesita de una fuerza especial que viene sólo de Dios!, y esa fuerza es la que podemos llamar junto con el evangelista: Don del Espíritu. Ese Espíritu es al que se refiere Jesús como viento que sopla donde quiere, que no sabe de dónde viene ni adónde va. Es que en la existencia hay muchas cosas que podemos conocer que no pueden ser explicadas, y que sólo somos capaces de percibir por sus efectos. Así la fuerza de Dios sólo se percibe en este mundo por los efectos que causa. Por ejemplo: Un hombre cuyos sentimientos estén plagados de odio, recibe el don del Espíritu, se renueva, pone su voluntad con ayuda de la fuerza de Dios, no supo por tanto el momento exacto cuando el Creador envió su Espíritu, pero su vida se convirtió en otra, y he allí la contemplación de los efectos de esa Gracia.

3)     Finalmente, cualquier hombre o mujer que logre recorrer estos dos pasos anteriores, podrá entrar en el ámbito celeste, el cual se percibe sólo en la contemplación y comprensión de la exaltación de Cristo, que en el Evangelio de hoy es narrado análogamente con la serpiente de bronce que es levantada en el desierto por manos de Moisés. Cristo fue levantado en la Cruz y así nosotros, en su glorificación como Hijo de Dios, seremos glorificados. No somos de este mundo, pero en este mundo vivimos y en este mundo estamos llamados a elevar lo terrenal a lo celeste.

¡Hazme del cielo Señor sin olvidar mi origen terreno! Amén.

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 7b-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
Nicodemo le preguntó:
«¿Cómo puede suceder eso?».
Le contestó Jesús:
«¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».[1]


[1] Cf. BROWN, Raymond Et All. Comentario Bíblico San Jerónico IV (Cristiandad: Madrid 1972), 438ss

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