Y SUBIÓ A LOS ¿CIELOS? - Domingo de la Ascensión 24-5-2020
Y SUBIÓ A LOS ¿CIELOS?
Mt. 28,16-20
DOMINGO VII de Pascua- ASCENSIÓN– 24-5-2020
Allí encontraron a Jesús y lo
adoraron
P. Ricardo
J. Vielma M.
Al
profesar el “Credo” todos los domingos decimos: Subió a los cielos, y está
sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso… profesando así uno de los grandes misterios de
nuestra fe cristiana, la Ascensión de
Jesús a los cielos. Hoy Domingo, la palabra de Dios y la liturgia de la
Iglesia, nos invita a meditar este gran enigma.
Jesús entonces,
40 días después de su Resurrección asciende al cielo, en palabras más técnicas,
implica este acontecimiento la entrada a la eternidad de nuestro Salvador, de
la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que sin dejar el cielo y sin
renunciar a la divinidad, se había encarnado para salvar al género humano. Sin
embargo, es normal que ante este misterio, nuestra mente comprenda poco, de
allí que urge preguntarnos en este día ¿a qué cielo se nos está refieriendo?
El
materialismo mundano, que ahoga muchas veces nuestra fe, nos impide pensar en
lo infinitamente indefinido, en lo metafísico y sobrenatural. La vida, bajo una
mirada existencial de este modo, se resume a los límites de lo meramente
visible y palpable, bajo un positivismo irrefutable, que no permite a la mente,
y mucho menos al corazón, elevarse hacia los esquemas metafísicos más altos.
Lo anterior
es la causa de la negación de la mente ante misterios como el de hoy. Desde
pequeños se nos ha enseñado erróneamente sobre el lugar de Dios y la posición
de nosotros; enseñanza que, metafísicamente, se reduce a lo cosmológicamente visible
y se niega a lo teológicamente explicable. Esto dicho en un ejemplo, se sintetizaría
en la forma de ubicar “el lugar donde habita Dios y las almas bienaventuradas”,
encima de las estrellas que físicamente vemos en el cielo; o ubicar el
infierno, en el lugar más ínfimo de del planeta tierra o del universo. A la
hora de la verdad, físicamente, lo que está arriba o lo que está abajo, cambiaría
según nuestra perspectiva, pues posiblemente otro ser pensante hubiera
denominado el norte de la tierra como sur y el sur, como norte.
¿A qué
nos enfrentamos entonces?, lo hacemos al verdadero lugar de Dios, al auténtico
ya no cielo cósmico (el de los planetas y las estrellas), sino al cielo teológico, una dimensión
trascendente del entendimiento humano, que únicamente comprendemos cuando
podamos experimentarla después de la muerte. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI),
en su libro Introducción al Cristianismo,
define al cielo como un contacto de
la esencia del hombre con la esencia de Dios, en otro sentido, el lugar o aquella
dimensión donde el hombre y Dios se unen para siempre, en un don infinitamente
recíproco; lo contrario (el infierno), implicaría la ausencia de dicha unión, y
el sufrimiento por no participar de aquella esencia divina que se dona en amor
eternamente.
Jesucristo
por tanto, al ser verdadero Dios y hombre, y volver al lugar de donde “había
venido sin dejar”, ha llevado algo de nuestra humanidad a la esencia de Dios. ¡Pensemos
en este gran misterio!, que Dios también tiene carne y hueso, y que sintió como
nosotros, y que quiere a su vez que podamos participar, incluso ya desde este
mundo, de su esencia divina. ¿De qué manera?, pues si la esencia de Dios es
amor en donación, entonces comencemos por amar, sin escatimar esfuerzos, a todo
aquél que se nos presente en el camino. Que como afirma el Papa Francisco,
podamos en medio de esta pandemia, pensar que un Dios que yendo al cielo no nos
deja solos, ya que de hecho, siempre está
con nosotros y nos apoya en el camino.
¡Señor,
quiero participar de tu esencia divina, pero hazme amar primero en este mundo!
Amén.
Conclusión del santo evangelio según san Mateo 28,
16-20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a
Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que
os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos».
Palabra del Señor
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