¿CÓMO CREER LO INDEMOSTRABLE? Sobre la fundamentación racional de la fe dentro del proceso cognitivo del hombre, a partir del pensamiento de San John Henry Cardenal Newman, en su obra “El Asentimiento religioso”.
¿Cómo creer
lo indemostrable?
Sobre la fundamentación racional de la fe dentro del proceso cognitivo del hombre, a partir del pensamiento de San John Henry Cardenal Newman, en su obra “El Asentimiento religioso”.
Sobre la fundamentación racional de la fe dentro del proceso cognitivo del hombre, a partir del pensamiento de San John Henry Cardenal Newman, en su obra “El Asentimiento religioso”.
Pbro. Ricardo José Vielma Martínez
Preliminares
Entre
los grandes misterios del hombre como rationalis
naturae individua substantia (substancia individual de naturaleza racional[1]), encontramos
que dentro su capacidad abstractiva y reflexiva a partir de sus propias
categorías del espacio y el tiempo[2],
existe aquél momento donde es capaz de salir de lo inmanente a lo trascendente,
de lo meramente racional, a lo que él mismo considera como irracional, de lo
perceptible a los sentidos, a lo que sólo puede captar con su entendimiento, o
en términos basados en una especulación filosófica, de la experiencia de la
realidad, en cuanto conjunción de seres presentados al intelecto, a la
experiencia de lo infinito, que eleva al hombre hacia misterios absolutos que
tocan su propia conciencia y que con categorías metafísicas, no únicamente le
afecta ontológicamente sino que embarga su mera existencia, como si ella,
siendo un ente real, estuviera diseñada para responder a las proposiciones de
la nada.
¿Cómo
cree el hombre?, ¿por qué las religiones influyen tanto en su vida?, ¿puede
un hombre dejar de creer?, ¿de qué manera se hace racional la fe?, en fin,
¿cómo se torna posible que la fe, como un
acto del conocimiento humano, lleve al hombre a creer en lo racionalmente
imposible para demostrar con absoluta certeza? Son estas preguntas que nos
embargan constantemente al hacer una reflexión dentro de las fronteras de una
actual y nunca descontinuada filosofía de la religión. Estamos por
consiguiente, ante interrogantes que de igual forma tocaron la existencia de un
joven inglés de creencia anglicana que, a pesar de respirar en un ambiente
inglés de tendencias meramente racionalistas, dio el paso hacia la lógica de lo
sobrenatural, navegando así entre los mares primitivos de la fe cristiana, y
topándose como consecuencia de su especulación, con el puerto seguro de la
antigua y madre Iglesia Romana; en donde encontró los más racionales postulados
que le daban y dieron finalmente, sentido a su fe.
San
John Henry Cardenal Newman es el hombre, el pensador, el anglicano de raíz
y el católico de pensamiento, es el protagonista entonces de nuestra pequeña
disertación; aquella que no pretende ser más que exponer de forma muy breve
parte del pensamiento de nuestro autor, aunado a otras especulaciones dentro de
los límites de la filosofía y fenomenología de la religión, pisando así
inevitablemente las fronteras del pensamiento teológico fundamental, que toca
en sus postulados la racionalidad del creer humano. Pasemos de esta manera a
presentar fugazmente la persona de nuestro significativo pensador.
El
Cardenal Newman, como comúnmente se le conoce, fue un resaltante inglés,
londinense, oriundo de una familia anglicana, que vivió entre 1801 y 1890. Su
formación intelectual comienza y se cultiva desde los diecisiete años, en las
aulas teológicas de la Universidad de Oxford, donde también fue profesor. Desde
joven adquirió un interés resaltante por el estudio de la teología, así como
también se caracterizó por ser un gran investigador a tenor de su espíritu
inconforme con el pensar reinante. Su conversión inicia al estudiar por mera
curiosidad los santos Padres, siendo las primitivas herejías, el primer choque con la fe anglicana
(se sintió un hereje). En el fondo de su conversión al catolicismo,
estuvo como hilo conductor el interés por llevar a la misma Iglesia a la
cristiandad primitiva.[3]
No
obstante, si bien encontramos en él una serie de escritos autobiográficos,
religiosos y continuos ensayos y reflexiones, es “El Asentimiento Religioso” la
obra culmen de su pensamiento. No quiso exponer en ella una línea de
pensamiento específica, mucho menos una escuela filosófica o teológica, con la
pretensión de dar nuevas pautas en la especulación vigente de su época, su
objetivo sí se centraba bajo un lente apologético, su deseo: dar consistencia
racional a la fe cristiana, de modo que pudiera “reivindicar el derecho del
hombre normal y corriente, y especialmente del sencillo y poco instruido, a
asentir y a tener certeza de verdades que nunca había demostrado y,
probablemente, nunca podría demostrar”[4].
Dudar,
inferir, y asentir como elementos naturales del acto mental
Previo
a introducirnos en el hecho religioso, estudiaremos concisamente con el
Cardenal Newman el acto mental. Esto a razón de considerar a la religión no
como consecuencia e inventiva de un pensamiento filosófico determinado, como sí
fue el avance en el pensamiento humano y su creatividad, el que le diera
consistencia a la creencia. Es comúnmente aceptado que el hombre tiene en su
esencia el ser religioso, así como también la historia de las religiones ha
evidenciado que “la religión” en sí, tiene a la divinidad como origen propio,
no obstante, es indudable que ella de igual manera, como nos lo acota Bernhard
Welte, es un acontecer humano, forma de vida y existencia humana, que se
encuentra dentro del horizonte del mismo ser del hombre, de su misma
inteligencia que posee de sí mismo y del ser[5], en
pocas palabras, hablar de un hombre creyente, es sinónimo de hablar de un
hombre pensante, de un ser con capacidad racional que a través de un acto
mental infiere, aprehende y asiente verdades específicas que muchas veces
trascienden su propia capacidad reflexiva. No se puede dar entonces una
fundamentación apologética a la fe, sin toparse con la conjunción de la razón y
la voluntad en el acto mismo del pensar humano.
Es
esto lo que hace el santo inglés. Partiendo de su propia experiencia religiosa,
demuestra cómo a partir de una pequeña proposición, el ser humano es capaz de
llegar a una verdadera certeza que no simplemente genere en él un mero
conocimiento nocional, es decir, un conocer simples postulados del terreno
metafísico, sino un conocimiento real, que toque su propia existencia, que le
comprometa totalmente como sujeto, en todo su ser, afectos, reflexiones y acciones.[6]
Según
Newman, el acto mental, en tanto que destinado a una deducción determinada,
comienza cuando se le presenta al intelecto una proposición, la cual consta “de
sujeto y predicado unidos por una cópula” y que a su vez, “puede ser de forma
categórica, condicionada o interrogativa”[7],
en otras palabras, cuando se le expresa una pregunta, una conclusión, o una
afirmación, para ser obligatoriamente asentida por el sujeto pensante. Dicho lo
cual, el entendimiento debe mantener entonces dichas proposiciones que le son
presentadas, dicho de otra forma, tiene por obligación reflexionar acerca de lo
que se presenta, y esto lo hace a través de tres actos mentales, la duda, la inferencia y el aserto. Se
duda cuando una proposición, una tesis, se considera positivamente incierta, se
infiere, cuando se considera una proposición entre otras para ser analizada, y
se asiente, cuando consideramos una proposición en sí misma y en su sentido
intrínseco[8].
¿Qué
es entonces el asentimiento?, en vista que según el pensador converso es éste
un acto mental al cual previamente se ha topado con una proposición, filosóficamente
hablando el asentimiento es definido como “el acto por medio del cual se acepta
una proposición, una norma, una doctrina […] [siendo así un] acto de la
inteligencia y a veces como uno de la voluntad”[9].
No obstante, bajo la misma línea de pensamiento, Santo Tomás de Aquino prefiere
definirle meramente como un acto del intelecto, pues el acto de la voluntad
corresponde al consentimiento[10]. Justo
en este punto, podemos exponer a continuación un resumen de la consideración
del Aquinate sobre el proceso del acto humano, para luego así considerar con el
Cardenal londinense el mismo hecho religioso dentro del asentimiento humano.
Lo primero que nos encontramos en el acto humano es la primera aprehensión del fin o de la proposición, que hace el
intelecto. Entendemos acá por aprehensión
de una proposición, como el “imponer un sentido a los términos que la
componen [así como] la intelección de una idea o hecho enunciado por ella”[11],
todo ello en el sentido que asentimos una proposición, en tanto en cuanto la
hemos primero aprehendido como información a asentir. En idea del Newman, un
niño asiente a una madre, pues ha aprehendido de ella su autoridad y amor.[12]
Así pues, al intelecto por tanto se le es presentada una determinada
proposición, la aprehende, y se lo presenta a la voluntad. Y ante eso que le
presenta la razón a la voluntad, la voluntad lo ama y se complace, y ordena a la razón que se haga un juicio de evaluación, sobre la
posibilidad y modo de alcanzar el fin. Luego la razón le presenta esos
resultados de alcanzar ese fin, entonces la voluntad tiene intención firme de lograr eso, de alcanzar ese fin, es aquí donde entra
el asentimiento. La voluntad se mueve todavía más, y esta intención es la
que se llamará: el fín remoto, el fines
operantis, o el fin. Ante eso, manda a deliberar
sobre los medios idóneos, para alcanzar lo propuesto, y entonces ante esos
medios la voluntad hará un consenso- consiente
eso, este es el momento en donde ya se ha dado previamente asentimiento, entonces manda a hacer un juicio de elección, sobre cuáles acciones de las consentidas ya,
es la más adecuada, más posible. Así pues, la razón le presenta ese medio más
posible y la voluntad lo elige. Luego
ella manda a la razón a que coordine
todas las acciones que se necesitan para hacer eso, y la voluntad dice: hágase, y lo manda a las demás
facultades, alcanza ese Fín, aquello asentido, y llega a la fruición gozar.
¿Dónde entraría entonces
según este esquema estructural del acto humano, el asentimiento religioso? Para
responder a esta interrogante, es conveniente reflexionar en torno a la famosa
distinción que hace San Newman entre el asentimiento nocional y asentimiento
real.
Asentimiento
Religioso entre lo nocional y real
El
asentimiento en sí se puede considerar, a modo de recapitulación, como la
aceptación absoluta e incondicional de la proposición, precedida así por una
inferencia, como una aceptación condicional a la verdad de las premisas[14].
Inferimos una proposición, nos cuestionamos sobre su verdad, para luego
asentirla. Sin embargo, Newman, previo a entrar en el hecho religioso, hace una
distinción entre lo que sería un asentimiento nocional y otro real. Por asentimiento nocional comprende una
aprehensión que realiza el intelecto de meras abstracciones, ideas, o simples
imaginaciones sin pasar los límites del elemental acto mental[15];
aquí entraría lo que se entiende por creencia,
un hombre, independientemente de su condición social o cultural, asiente
determinados principios, sentimientos, doctrinas, y hechos sin intención mayor
de inmiscuirse en los mismos. Incluso en este sentido la misma teología no sale
de lo estrictamente nocional[16].
Mientras que el asentimiento real, aunque al igual que
el nocional, implique un nivel más de fuerza
en el sujeto pensante, en tanto que la mente al dirigirse a las
proposiciones aprehendidas, y a las imágenes que surjan de éstas, recibirá de
éstas, al ser asentirles, una influencia existencial no conseguida por la
nocional[17]. Aunque el asentimiento
nocional o real no garantice la existencia de las cosas a las cuales se
asiente, este último afectará al mismo ser que asiente[18].
Al haber comprendido
entonces el asentimiento real, es aquí donde entra el asentimiento religioso, puesto que si tenemos una determinada
proposición, y no nos conformamos con darle un asentimiento nocional (acto
teológico), sino que le damos un asentimiento real, este “asentir de modo real”
a lo aprehendido, es un acto de religión[19]. La fe entonces
no implica únicamente la creencia en ciertas doctrinas, sino la creencia en el
motivo por lo cual se cree[20].
Es el contenido existencial de lo que implica un determinado dogma
(independientemente de la religión que se profese) lo que efectivamente
afectaría al hombre en cuanto a su ser total. De allí que podamos deducir que,
aunque no se tenga una evidencia sensible e inmediata de los objetos de fe,
exista sí otra evidencia existencial, en cuanto el ser humano tiene un
asentimiento nocional y real de una determinada proposición religiosa y ésta a
su vez implique en él un cambio de conducta, una afección nueva, o un modo de
actuar que toque su propia conciencia.
En este sentido, es desde la
misma conciencia donde la fe sale a relucir, y lo hace a manera de relación
interpersonal, como lo afirma Heinrich Fries, en su teología fundamental, considerando
a la fe como un acto personal que, situándose en dicha relación, tiene como
presupuesto una credibilidad que implica en sí misma un acto de confianza,
fruto evidentemente de un asentimiento referido no únicamente a conceptos
abstractos, sino a experiencias, hechos y observaciones[21].
No obstante, muchos en contra de este postulado, a quienes no pretendo
referirme con detenimiento en esta disertación, consideraron la fe como fruto
de la experiencia de la nada en la naturaleza humana; un nihilismo presente,
que desvalorando el sistema de valores y sentidos de la sociedad contemporánea[22],
niega cualquier asentimiento religioso, considerando a la fe, si bien como un
acto mental y humano, como un acto que responde a las necesidades y miserias
más profundas del ser humano. Es la
muerte de Dios, postulada por ejemplo en Nietzsche, el fenómeno del
pensamiento reciente al cual podemos llamar la caída de los ideales metafísicos[23],
y con ellos, la negación a toda proposición sobrenatural aprehendida por el
intelecto.
A pesar de dicha suspensión
actual de todo ideal metafísico, es la religión no una mera inquietud de
saberse insatisfecho, ni la expresión de no encontrar el sentido de la vida[24], es
ella la máxima expresión de la racionalidad humana, en cuanto al hombre como
ser que aprehende y asiente proposiciones que sin querer han tocado su
conciencia. La fe, de esta manera, como nos los recuerda Teilhard de Chardin,
se convierte en un acto de adhesión de nuestra inteligencia a una perspectiva
general del universo, que percibe y acepta una conclusión que, rebasa toda
premisa analítica[25],
y siendo la fe profesada por una religión, afirme o no elementos metafísicos
(puesto que puede asentir sobre proposiciones únicamente morales), estará
destinada a ser un asentimiento real y aunado a este, existencial.
Dicho lo cual, el
asentimiento existencial está ligado al testimonio constante de la misma
conciencia, el núcleo más íntimo del hombre, de allí que hemos afirmado
anteriormente la implicación que una proposición religiosa y por tanto real, al
ser asentida por un hombre a tenor de su fe, toque lo más profundo de su ser.
Nos preguntamos así, ¿por qué es nuestra conciencia la primera en colocarnos
ante un legislador y juez de todo acto humano?, en toda religión existe este
mismo asentimiento, que se convierte en un temor hacia la divinidad, en un
temor hacia Dios Padre (en caso de nosotros los cristianos), por tanto, se
parte de la conciencia moral (la cual es el punto final de este asentimiento
real de proposiciones metafísicas) para deducir en sí la existencia de Dios[26]. “La
conciencia está más próxima a mí que cualquier otro medio de conocimiento […]
es una guía personal […] [que] nos enseña, no sólo que Dios existe, sino
también cuál es su naturaleza; proporciona a nuestra mente una imagen real de
Dios […] nos da la regla de lo que está bien o mal”[27].
No es mi pretensión hacer acá con el Cardenal Newman (como tampoco fue la de
él), una prueba de la existencia divina, dejamos entonces el gusto en el
paladar intelectual, a la manera de ver cómo es un punto común en todo ser
racional- religioso, el arrepentimiento y la necesidad de expiación, pudiendo dicha
proposición no estar presente.
Recapitulando entonces
nuestra reflexión, hemos partido con el pensador londinense, de la existencia
de proposiciones que son aprehendidas por nuestro intelecto, a la manera de un
acto mental por el cual el hombre asiente de modo nocional (no saliendo de
meras afirmaciones abstractas), o de modo real (proposiciones que tocan su
existencia), para afirmar que en esta última se encuentra el “asentimiento
religioso”, en tanto que todo ser humano, creyente o no, posee asentimientos
reales que tocan y cultivan a la vez su conciencia, como núcleo profundo de su
ser, y como punto de partida para la afirmación de un Ser que trasciende su
propia realidad.
Quiso
San John Henry Newman dar fundamento racional a la fe, y lo logró. Demostró así
que, a través del análisis del proceso cognitivo del ser humano, se comprende
que hay realidades que son aprehendidas y asentidas por el intelecto y que
trascienden los límites de la misma razón.
No todo en la vida demanda
certeza para afirmar su existencia, creer no hace menos racional al hombre,
asentir la fe se convierte entonces en la máxima expresión de su naturaleza
racional. Mientras más se asiente al fe más humano se es, puesto que nos
percataremos que en el interior de nuestra conciencia, habita el Ser infinito
que da conciencia a nuestro sentir.
“El cristianismo es el
cumplimiento de la promesa hecha a Abraham […] esta es la razón por la que los
poderes romanos y la multitud de religiones […] no pudieron resistir contra él
[…] El cristianismo posee el gran don de enjugar y curar la única herida
profunda de la naturaleza humana […] por eso […] ha de durar mientras dure la
naturaleza humana”[28]
San John Henry Newman.
[1] Tal y como lo indicó Boecio en su reflexión, en tanto en cuanto
comprendía al hombre no sólo como un individuo subsistente en sí mismo, sino
como poseedor de una naturaleza racional que le confiere una cierta
superioridad ante todos los seres existentes. Cf. MILLÁN-PUELLES, Antonio. Léxico
filosófico (Rialp: Madrid 1984), 457-459.
[2] Los antiguos se preguntaron si el
el espacio era aquella paralela entre el ser y el no ser, otros filósofos más recientes le concebirán como una
especie de continente universal. Descartes
le denominaba su res extensa, como
esencia de los cuerpos (se despoja a los cuerpos de las propiedades sensibles y
queda al extensión). Para Kant (lo mismo que el tiempo), no deja de ser sino
una forma de intuición sensible, es decir, una forma a priori de la sensibilidad, no un concepto empírico, sino una
representación necesaria a priori, una intuición pura, forma pura de la
sensibilidad, fundamento de las demás intuiciones, condición de la posibilidad de los fenómenos. (Cf.
FERRATER, José.
Diccionario de filosofía (Ariel: Barcelona 2004), 1079-1088). El tiempo, si bien tiene la misma
consideración que el espacio en el pensar de Kant, fue medido por las culturas
según la salida y puesta del sol. Demás pensadores prefieren considerarle como
una simple noción del intelecto; es el alma, como meditaba San Agustín, la que
garantiza aquello que llamamos tiempo. (Cf. Ibíd., 3495-3497).
[3]
Cf. Enciclopedia
Universal Ilustrada, Europeo-Americana, Tomo XXXVIII (Espasa Calpe: Barcelona 1960), 461-463.
[6] Cf. MERINO, Patricio. El asentimiento
religioso en John Henry Newman en RAM 4.1. (2013) 79-98, aquí 83.
Disponible ON LINE en
[13] Cf. Análisis y compilación tomada del pensamiento de Santo Tomás de
Aquino por PINCKAERS, Servais. Las fuentes de
la moral cristiana (Eunsa: Navarra 2007).
[22] Cf. COLOMER, Eusebi. El pensamiento
alemán de Kant a Heidegger (Herder: Barcelona 2002), 291ss.
[24] Cf. PIKAZA, Xabier. Experiencia religiosa
y cristianismo. Introducción al misterio de Dios (Sígueme: Salamanca 1981),
164.
[25] Cf. DE CHARDIN, Teilhard citado por DE LUBAC, Henri.
El pensamiento religioso del Padre Pierre Teilhard de
Chardin (Taurus: Madrid
1967), 297-298.
Comentarios
Publicar un comentario